lunes, 30 de abril de 2012

¿Está muerto quien no cree?

Es más fácil, diría que es lo normal, que alguien sea una persona crédula y acrítica antes que escéptica y racionalista. Por eso no me llamó la atención la defensa de las creencias (en un sentido amplio: cualquier creencia que se aleje aunque sea un poco del plano material y de los sentidos) que hace poco hizo una persona allegada a mí.

Pero lo que me motiva a escribir esta nota es la declaración, a modo de protesta sincera, de que “si no creés en nada, estás muerto”. La frase no fue dicha para nada con mala intención, todo lo contrario. Me parece una brillante descripción de qué ve un creyente, o crédulo, en un ateo, librepensador, racionalista o materialista naturalista (hay para entretenerse buscando conceptos).

La idea supone que la falta de creencia opaca a la persona. Supone que hay cierta riqueza en la relación con un mundo más allá del mundo cognoscible, riqueza de la que un escéptico carece. Supone que hay virtud en conceder estatus de realidad a las ideas sobre un mundo trascendente, una virtud que un crítico no puede ver, o no posee. Supone, finalmente, la paradoja de que uno no está verdaderamente “vivo” si no incluye en su mundo entes e ideas que, no solo no están en él, sino que además se relacionan con la muerte.

La idea era que, colocando un sahumerio detrás de la puerta de un negocio de repuestos automotores, las ventas se dispararían.

Lo cual resume todo en: no estás vivo si no pensás mágicamente.

Si no creés que la disposición de los cuerpos celestes al momento de tu nacimiento determina de antemano tu personalidad y tu futuro. Si no creés en el principio homeopático según el cual el agua tiene memoria. Si no creés en energías, vibraciones, ondas, auras, chakras… más allá de lo que describe la física. Si no creés en la posesión demoníaca. Si no creés en las brujas, en Satán, en los ángeles o en duendes. O en las profecías (de Nostradamus, mayas, aztecas, etc), en las abducciones extraterrestres, en que la Tierra es plana o hueca, en que no fuimos a la Luna, o que el Holocausto no existió, o que la ONU y la OMS conspiran para que el 50% de la humanidad sea gay. Si no creés que, cuando dos macromoléculas de un ácido se unen, un ser superior e inmaterial insufla un alma y las transforma en una persona humana. Si no creés en los niños índigo o cristal, en la telepatía o telekinesis, en los señores que doblan cucharas, en el mal de ojo, el empacho, el Triángulo de las Bermudas, la grafología, el tarot, la lectura de manos, la lectura de borra de café, la acupuntura, el reiki, el alma o el espíritu, los talismanes, el Yeti, el monstruo del lago Ness, el chupacabras, el Creacionismo o el Diseño Inteligente, la programación neurolingüística, la piramidología, parapsicología, ufología, frenología, dianética, cerealogía o en las flores de Bach.

En algo hay que creer. La lista es extensa. Por supuesto que no hay que creer en todo (no sea que se nos acuse de crédulos), pero generalmente… se eligen varias cosas del menú.

Haber aprendido, sin embargo, que somos nosotros, los individuos vivos de este mundo, los que emergimos de la marea de miles de millones de combinaciones de genes, para abrir los ojos, echar por un momento un vistazo a este mundo increíble, terrible y maravilloso; que somos solo nosotros los que tenemos la oportunidad de conocer el mundo, frente a un infinito potencial de seres que nunca nacerán, frente a una infinita cantidad de materia que jamás adquirirá consciencia; haber aprendido que nuestros cuerpos están hechos de materiales fabricados en los hornos nucleares de las estrellas; haber entendido y habernos maravillado con tener apenas una noción teórica del tamaño infinito del universo, de las escalas tremendas que nos superan, de las fuerzas de la naturaleza a las que asistimos; haber comprendido lo pequeño y frágil de nuestro mundo; menos que un punto en el espacio; haber aprendido cada vez más acerca de nuestro origen, de nuestra relación con los otros seres, de la historia de la vida, de los cambios geológicos, de los ciclos de la materia y la energía; haber batallado y curado muchísimas enfermedades, y continuar avanzando para acabar con notras; entender cómo es que funcionamos, comemos, respiramos, de qué hay en las altas cumbres y en las profundidades oceánicas de la fosa de las Marianas; habernos maravillado con la existencia de otros seres, actuales y extintos, que se esforzaron por sobrevivir, por perdurar; seres gigantes, y muy pequeños; peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos; seres efímeros que vivieron en un tiempo muy acotado, y seres que, apenas sin cambios, existen hoy en día; haber comprendido el papel de las plantas en el planeta, haber descubierto la existencia de moléculas, átomos, y partículas cada vez más pequeñas, de los fenómenos gravitatorios, eléctricos, magnéticos, de las uniones químicas, de los asteroides, cometas, planetas, los distintos tipos de estrellas, los quásaras, púlsars, agujeros negros...

Haber, mirado a un lado y ver que hay otros junto a nosotros que merecen respeto y nos acompañan en el camino…

Sospechar, apenas sospechar todo lo que resta por saber y hacer…

Todo eso no nos hace más vivos. No. Solo estaremos verdaderamente vivos si creemos, no si comprendemos. Ya que el mundo, evidentemente, no tiene la suficiente riqueza si no agregamos en él a un espíritu, a un a un dios o a un unicornio.

Neko